A mi madre un médico
le había dicho que la muerte la esperaba en la próxima estación y
había desaparecido. Se esfumó ante mis ojos. No recuerdo los
detalles. Nadie me explicó demasiado. Un tumor cerebral. Por
entonces no se acostumbraba a "explicarles la situación” a
los adolescentes.
Partió lejos a presentar batalla. Triunfó pero ya nunca fue la misma. En el quirófano dejó a Dios y recuperó a los ángeles.
Me instalé en la casa de mis abuelos. La Julia. El Antuco. Gente de campo. Seres dueños de una pureza y una transparencia que no he visto después.
No puedo creer que terminé el secundario. Que estudié. Aprobé materias. Me mantuve en orden. Mi padre andaba por ahí, suelto como un perro callejero. No se resignaba a vivir conmigo. No tenía tiempo, menos ganas.
Estaban los viejos. Su paz. Su nada. Su sustancia. Sus pisos limpios como los baños del Paraíso.
A las 7, en lugar de desayunar, fumaba un cigarrillo Hilton y me iba al colegio. Escuchaba lo que había que escuchar. Lo que traía en la mochila el gran Salvador. GIT. Soda. Prince.
Cada madrugada me dejaba llevar por la voz tersa y quebrada de Prince cantando: “Sometimes snows in April”.
Faltaban cuatro o cinco años para conocer a Camarón y su “Viviré”. La canción que hoy es mi himno.
En mi pueblo querido. En mi tierra amada. Solo el silencio. La oscuridad. La noche eterna. El aburrimiento. El campo. Los fantasmas de los laberínticos canales.
En la burbuja del fin del mundo, me refugiaba en la burbuja de los libros, los poemas, los sueños. Las imágenes delirantes.
No cualquiera negocia la paz con el sur.
Te corroe el alma y hurga en tu herida cuando muestras un milímetro de fragilidad.
Así mueren nuestros héroes extremos. A lo bonzo. Caídos desde el precipicio al arroyo, borrachos. Golpeados por demonios con maderas con las que se levantan cruces. Los demás firmamos tratos con el diablo. El alma como un chicle. Jugamos a transcurrir.
Fumaba antes de abrir la puerta del frío.
Mi habitación daba a las montañas y más allá, lo sabía, el mapa como una explosión nuclear. Y más allá aun, Japón, China, quién sabe. A medio metro de mi cama una familia de coreanos.
Mi habitación daba al mundo.
No he dejado de partir. No he debajo de regresar. No he dejado de extrañar como se extraña el amor sensual.
Jamás fui amado por una mujer en la tierra de la desolación.
Mi locura solo tiene encanto en otras geografías.
A veces nieva en abril.
Partió lejos a presentar batalla. Triunfó pero ya nunca fue la misma. En el quirófano dejó a Dios y recuperó a los ángeles.
Me instalé en la casa de mis abuelos. La Julia. El Antuco. Gente de campo. Seres dueños de una pureza y una transparencia que no he visto después.
No puedo creer que terminé el secundario. Que estudié. Aprobé materias. Me mantuve en orden. Mi padre andaba por ahí, suelto como un perro callejero. No se resignaba a vivir conmigo. No tenía tiempo, menos ganas.
Estaban los viejos. Su paz. Su nada. Su sustancia. Sus pisos limpios como los baños del Paraíso.
A las 7, en lugar de desayunar, fumaba un cigarrillo Hilton y me iba al colegio. Escuchaba lo que había que escuchar. Lo que traía en la mochila el gran Salvador. GIT. Soda. Prince.
Cada madrugada me dejaba llevar por la voz tersa y quebrada de Prince cantando: “Sometimes snows in April”.
Faltaban cuatro o cinco años para conocer a Camarón y su “Viviré”. La canción que hoy es mi himno.
En mi pueblo querido. En mi tierra amada. Solo el silencio. La oscuridad. La noche eterna. El aburrimiento. El campo. Los fantasmas de los laberínticos canales.
En la burbuja del fin del mundo, me refugiaba en la burbuja de los libros, los poemas, los sueños. Las imágenes delirantes.
No cualquiera negocia la paz con el sur.
Te corroe el alma y hurga en tu herida cuando muestras un milímetro de fragilidad.
Así mueren nuestros héroes extremos. A lo bonzo. Caídos desde el precipicio al arroyo, borrachos. Golpeados por demonios con maderas con las que se levantan cruces. Los demás firmamos tratos con el diablo. El alma como un chicle. Jugamos a transcurrir.
Fumaba antes de abrir la puerta del frío.
Mi habitación daba a las montañas y más allá, lo sabía, el mapa como una explosión nuclear. Y más allá aun, Japón, China, quién sabe. A medio metro de mi cama una familia de coreanos.
Mi habitación daba al mundo.
No he dejado de partir. No he debajo de regresar. No he dejado de extrañar como se extraña el amor sensual.
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