Colgando de un árbol, en el campo donde pastaban las tropillas de caballos, habíamos dejado una carnada. El festín del león. Mi abuelo quería agarrarlo mientras intentaba desgarrarla. Bajo la lluvia a veces me tocaba ir solo, arriba del Flecha hasta la trampa. ¿Qué haría yo si me encontraba con el puma?. Sus ojos, los míos. Frente a frente. Nunca me lo explicó. A veces llevaba un rifle. A veces un cuchillo, pero yo sabía que pelear a cuchillo limpio con un puma era imposible. De un manotazo mi abuelo había visto cómo partía en dos a sus mejores perros. Un puma siempre es un león. Su cuerpo plástico, su fuerza indómita, su carácter misterioso como un brujo. Nadie puede dominar la mente de un león. No es como en las películas. Los cuchillos no lo atraviesan. Las balas no lo alcanzan. Cinco perros. Ocho perros grandes pueden rodearlo pero tres morirán antes de que otros cinco tiros de 9mm lo derriben. Mi abuelo me contó que ni siquiera muerto puedes confiar. La reacción ...